Del mundo es uno de los cielos más hermosos y espectaculares – término que uso con precaución ante su reiterada banalización- Arropa democráticamente a todos por los lados de Carora, Distrito Torres, estado Lara, Venezuela, región castigada por el uso y abuso indiscriminado de la naturaleza.
Se trata de un ecosistema en donde el agua escasea desde hace tanto tiempo que sus habitantes y visitantes se acostumbraron a ver con naturalidad sus excesos o carencias. De su alta fragilidad ecológica, sólo se resalta el ser dueño de una hermosa y variada vegetación xerófila. Sus habitantes sólo han sabido, por generaciones, de penurias, altos niveles de pobreza y emigraciones a los centros poblados. Criadores de chivos por métodos tradicionales, sobrevivieron a pesar de decretos como el del obeso Pérez Jiménez, el dictador que se refugió luego en España.
Sobrevivencia que al no ser atendida como política de Estado, sino como continuidad de modos de explotación destructivos, trajo un costo alto para moradores, fauna y flora. Sólo en los últimos años se han realizado acciones sistemáticas de instituciones para cambiarlos. Su método de producción extensivo, de libre pastoreo de las cabras por cuanto monte se le atraviese, en largas jornadas que incluyen el cruce entre sí, al libre albedrío al saltarse las reglas genéticas que anuncian la degeneración de la raza. Jornadas que comienzan al alba cuando el rebaño es soltado por sus dueños hasta bien entrada la tardecita.
Esfuerzos institucionales que buscan que los habitantes dejen de ser simples criadores que alquilan su fuerza de trabajo en los sembrados de caña, café u hortalizas mientras sus animales aumentan la debilidad de los suelos, para pasar a ser productores de caprinos u ovinos. Se propone la producción intensiva en apriscos o corrales, lo cual protege al ecosistema y aumenta los beneficios. Mejor cantidad y calidad de la leche con sus derivados y una mayor producción de carne serían uno de los indicadores más inmediatos.
Es difícil, muy difícil, no adoptar un tono distante y formal cuando se escribe sobre lo que ocurre y seguirá ocurriendo de no sistematizar las buenas experiencias. Sólo así se puede hablar de lo que duele en el alma colectiva y en la memoria de quienes sienten un nudo en el pecho cuando observan la resequedad creciente, ésa que nos anuncia el próximo desierto.